El Ardor parece un discurso donde una sombra habla sobre la necesidad de
convertir en inmortales a las comunidades outsiders, adolescentes,
viejas, queers y cuerpos al margen, hacer de ellos bandas callejeras que
vivan el deseo como un estado romántico inmortal, contra el consumo
rápido, como herramienta de destrucción de la sociedad
afectivocapitalista. Sueño con un ardor que es el deseo puesto en
crisis, no limitado a la pornografía sino a la posibilidad de engendrar
un estado casi santo, de entusiasmo eterno, una revolución. Desde el
escenario se mira de lejos el concepto de revolución, de un modo que
refleja la óptica contemporánea desde la que miramos el cambio en la
sociedad actual: como un romanticismo cinematográfico imposible (estamos
encarnando Lo Romántico). Al final del todo lo que parecía un discurso
era un poema dedicado a la calle y a mis padres. Y lo que parecía un
monstruo era un marica.